sábado, 29 de junio de 2013

Microquijotes (II)


Don Quijote y la fuerza del sino
Encontrose el virtuoso caballero, junto a su leal escudero, presto a emprender su camino de huida hacia Sierra Morena. Ambos vasallos del miedo, pese a que uno lo revelaba y otro lo ocultaba, conversaban sobre la posibilidad de que la Inquisición allí los encontrara y condenara por haber liberado a tal panda de malhechores como los galeotes habían resultado ser. Puestos ya en camino, se topan con el acervo de quien parece ser individuo acomodado y entre cuyas pertenencias hallan un cuaderno, objeto que no tarda en ser husmeado por el hidalgo. Sancho, sin embargo, parece encontrarse ensimismado en la admiración de una bolsa de oro.
En esta cabalística atmósfera por la incertidumbre acerca de la procedencia de estos enseres, Don Quijote manifiesta el incalculable valor de la historia allí plasmada, fingiendo entender palabra alguna de la que en el cuaderno se encontraba. Desconocían, cierto es, el endiablado lenguaje empleado; mas siguieron todos los pasos allí reseñados, vivieron todas las aventuras allí descritas. La novela que el caballero sustentaba entre sus manos, de cuyo título no quiero acordarme, estaba por ellos determinada, ¿o esta les determinaba?

                                                                                                Belén Domínguez

Es contado por las gentes del lugar de la Mancha que fue visto un hombre de constitución ancha entre las filas del paro, alegando haber sido despedido de su trabajo de escudero tras ser acusado de loco por su señor.

                                                                                                María Rincón

Del donoso escrutinio de la biblioteca del cura y el barbero
Los libros caían a la hoguera como si de troncos de leña se tratase. Para Alonso Quijano todas esas novelas merecían la condena del fuego. Su barba le llegaba hasta los pies. Mientras tanto, don Nicolás de la Mancha y su compañero de aventuras, Pedro Pérez, cabalgaban hacia Barcelona en busca de la dama que había conseguido enamorar a don Nicolás, una tal Magdalena.

                                                                                                 Mercedes Peláez
¡Últimas noticias!
¡Don Quijote no murió! Al parecer, a Cervantes no le terminaron de contar del todo la historia de Hamete Benengeli. Parece ser  que el último suspiro de Don Quijote contado en la novela fue en realidad un desmayo repentino del hidalgo al llegar tan exhausto de la batalla con el Caballero de la Media Luna. Según fuentes locales, Don Quijote despertó en su locura y sus más allegados se vieron obligados a ingresarle en un centro psiquiátrico. Según fuentes cercanas al centro, Don Quijote no para de confundir a enfermeras con Dulcinea y a los médicos con hechiceros -Mi amo no está loco y exige que le saquen de este sitio inhumano- afirmaba un tal Rogelio Rodríguez, que se hacía llamar Sancho a la entrada del centro a las preguntas de los medios de comunicación instalados a las afueras del recinto, por lo que podemos afirmar que la locura se pega. Tras hablar con un psicólogo, hemos realizado una receta contra la locura que se basa en la prohibición total de la lectura de novelas de caballería, mucho pan y mucho queso.
                                                                   María Luisa Barrena

-Aquí tienes- le dijo.
-Muchas gracias, pero ¿cómo lo has conseguido?
-Ha sido fácil; dormía y se lo quité. Lo escondí por aquí cerca; luego le mandé a llevar una carta a Dulcinea y le presté mi Rocinante. Tardará en volver unos tres días, tiempo que tenemos para ir a la aldea de aquí al lado y seguir con lo nuestro.
Pero Sancho tuvo un problema con Rocinante y no pudo continuar su camino. Y, de regreso, se topó con su amo, Ginés y su rucio.
Y así fue cómo se supo que Don Quijote se hacía llamar Josema Carrón y era un famoso estafador.

                                                                                                   Lidia Olmedo

Trata de la aventura que más satisfacción dio a Don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido
“Sepan vuesas mercedes que, cuando vi en la lejanía la triste figura del caballero, arremetí contra él de tal guisa que de una sola lanzada quedó derrotado el Caballero de la Blanca Luna”.

                                                                                                    Paula Alejandre

Vivir cuerdo, morir loco
Allí, en su lecho de muerte, Alonso Quijano el bueno, que siempre se caracterizó por su racionalidad, pronunció las siguientes palabras:
-Don Quijote de la Mancha soy y si conocer mis historias queréis, a Cide Hamete Benengeli debéis recurrir.
Todas las personas que lo rodeaban, ama, sobrina y sacerdote, quedaron tan desconcertadas que ni tiempo tuvieron para reaccionar ante tal delirio.
De este modo, Alonso Quijano murió dejando aquel enigma jamás resuelto.

                                                                                                     María Rodríguez

Belianís de la negra sotana
El cura sostuvo el primer tomo que le dio maese Nicolás; no tardó en reconocerlo. Pidió al ama que cerrase la ventana y que apagase la hoguera.
Comprendió que había hallado en aquella habitación un tesoro y que muchos de aquellos libros no merecían ser quemados. Él, un hombre docto, se propuso revisarlos uno a uno para comprobar si eran la verdadera causa de la locura del caballero.
Tres semanas tardé en sacarlo a caballo con la intención dar a conocer sus aventuras. Mi idea no era otra que publicar la historia de un loco que, para arreglar el mundo, confía más en una sotana que en una armadura.
                                    
                                                                                                   Carmen Parra

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