viernes, 21 de junio de 2013

Finalistas del I Premio de Microrrelatos Manuel J. Peláez


    
                                     INCÓMODOS CONTRATIEMPOS
                                            (Pilar Blázquez Gómez, Madrid)


            Firmó la pena de muerte y los nervios le traicionaron. De un manotazo, el general había volcado el tintero sobre el escritorio y un reguero negro se filtró rápidamente entre las vetas de la madera. Así apareció en el tablero la indigna mancha que, durante más de veinte años, le ha perseguido cada vez que ha condenado el destino de sus enemigos. Adoraba aquella mesa de elegante estilo chippendale que, tras el golpe de estado, usurpó al derrocado presidente; y aunque le dolieron los daños causados en ella por el temblor que agitó su mano al firmar la condena de un amigo, en seguida se sobrepuso.
            En su código de autócrata nunca hubo perdón para la traición y el general interpretó que el destino había elegido para recordárselo, aquella mancha de tinta que deslucía su mueble más preciado. Por ello, ese día lejano y para evitar incómodos contratiempos que pudieran volver a ajar el lustre del nogal, el general tomó tres sencillas precauciones: desechó la estilográfica por el bolígrafo, protegió el tablero del escritorio con una gruesa lámina de cristal y, por supuesto, nunca más volvió a titubear al firmar una condena a muerte.


                                               LA PIANISTA
                            (Ángel Fabregat Morera, Belianes, Lleida)

Aina, una concertista de piano polaca y judía, amiga de Władysław Szpilman, fue apresada durante una de sus clases y confinada en el gueto que en su ciudad natal, Varsovia, habían creado los invasores alemanes. Más tarde fue conducida al campo de concentración de Auschwitz. Un día, una compañera de litera dibujó el teclado de un piano sobre una tabla de madera y desde entonces, cada noche ofrecía un concierto a las otras presas. Una temporada incluso lo hizo con los dedos de las manos rotos. Se los rompieron durante una represalia. Solían escuchar a Chopin, siempre en silencio, con los ojos cerrados.


                                               ECOS DE LABRANZA
                                   (Juan de Pano Maynar, Binéfar, Huesca)


            El runrún de los tractores roturando el yermo de la besana sonaba en su cerebro como instalado entre sus pliegues desde siempre, tan persistentemente rítmico y con timbres de eco tan familiar que parecía formar parte de él mismo. Llevaba largo rato inmóvil escuchando, asumiendo como propio el vago retumbar de aquel eco repetido que anulaba cualquier otra percepción de sus sentidos.
            Quiso girar su cuerpo, pero notó que algo se lo impedía a ambos costados. Sus manos, entumecidas sobre el abdomen, desobedecían su intento de separarlas. Cuando logró abrir levemente sus párpados, se dio cuenta de que estaba a oscuras.
            Ahora, su respiración más firme y entrecortada le indujo a pensar que el aire estaba viciado. Dobló una de sus rodillas intentando incorporarse, pero topó con algo rígido que se lo impedía. Su brazo derecho, libre al fin, golpeaba insistente hacia arriba sin acabar de estirarse… Más tarde, millones de segundos más tarde, escupía, acre y dulce, la sangre que le caía en los labios de sus dedos descarnados, arrancadas las uñas en su esfuerzo por arañar la madera que le cubría.
            Arqueó el pecho, inclinó hacia atrás su cabeza y robando por la nariz el poco oxígeno que le quedaba, aunó sus fuerzas en un último grito que quedó ahogado en el monocorde runrún, rítmico y familiar, de los tractores que estaban labrando a cielo abierto la besana.

                                               CONCIERTO
                        (Ulyses Villanueva Tomás, Alpedrete, Madrid)


            El director levanta los brazos como si fueran las alas de un albatros a punto de alzar el vuelo. Mira severamente a sus músicos en ese silencio anterior a la coherencia filarmónica, a ese engranaje perfecto de sonidos y sentimiento. El público que abarrota el patio de butacas espera con la expresión contenida, indiferente al mundo que sucede fuera del auditorio. La luz va desapareciendo lentamente creando una tenue atmósfera sobre el escenario. Sin embargo, el director ha encontrado una postura perfecta, la batuta asida poéticamente con su mano derecha y la izquierda sostenida ingrávida en el vacío. Permanece así durante las dos horas que dura el silencioso concierto. Al terminar, baja los brazos ya algo cansados y el público estalla en una muda ovación de manos que no llegan a chocar entre sí al aplaudir.

                                                AMULETO
                                    (Eloy Serrano Barroso, Madrid)

          Mi madre conservaba en alcohol el cordón umbilical de todos sus hijos. Decía que esa era la mejor forma de prevenir “el mal de ojo”. Los guardaba en botes de cristal, con una etiqueta de identificación pegada en la tapa, y parecían lombrices muertas y retorcidas, absolutamente repugnantes. Yo siempre me había reído de esa superstición, pero cuando tuvimos que liquidar la herencia familiar y nos encontramos los botes cubiertos de polvo junto a esos otros cachivaches que la vida va arrumbando, yo no pude, como fue mi primera intención, deshacerme del mío. Y desde entonces me acompaña en los largos viajes y en las mudanzas porque, por irracional que parezca, siento que es esa piltrafa lo que me mantiene unido al mundo.

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