miércoles, 15 de mayo de 2013

Poesía joven (II). Miguel Ángel Casasola


La segunda lectura de los libros que me regaló mi amigo Paco Najarro, ha sido el poemario Esquinas y rincones (ÁRTEse quien pueda, 2012) del poeta cacereño Miguel Ángel  Casasola.
Ya desde el título vemos clara la dicotomía que presenta el libro: el haz y el envés, la soledad y la compañía, el tú y el yo. El libro se divide en cinco bloques, aunque el primero (“Declaración de intenciones”) y el último (“Conclusiones”) tienen un solo poema cada uno (“De vuelta de todo” y “No tengo mar”). Los tres bloques centrales (“Esquinas”, “Rincones” y “Subsuelo y campo abierto”) son un ir y venir, en sentido circular, entre la soledad elegida y plena, con un punto de misantropía (En cuanto a mí, / hay días en que estoy de vuelta de todos./ Pero eso es una necesidad,/ no una opción. O cuando afirma en otro poema: Nunca he sido muy partidario de perpetuar la especie) y la compañía encontrada, no buscada (Nunca necesité a nadie (...) Y ahora me sorprendo/ por necesitar/ compartir,/ a secas./ Y en ese punto estoy/ Y en ese punto/ estamos).
El sujeto lírico, en una noria sin fin, con altibajos, anda perdido, buscando su lugar en el mundo (No soy de aquí./ Sé de dónde procedo/ pero no sé adónde pertenezco). No avanza en su búsqueda, se enquista (Tal vez se deba a esa extraña costumbre/ de desandar lo que ando/ y luego volverla a andar) Pero todo cambia cuando aparece “tú”. Así ocurre en un muy bien construido poema, “Un largo día soleado”, en el que, al modo romántico, la presencia del tú cambia toda la percepción del paisaje (“me sobraban libros,/ me faltaban horas,/ cantaba fados a la sombra del horizonte”; pero ahora, con tu presencia “los libros me remiten a ti,/ las horas no existen,/ escucho el tango permanente de tu cuerpo”).
Como todo poeta, Casasola es un buen lector de poesía. Por sus poemas desfilan, de manera muy sutil, algunos grandes de nuestras letras (Quevedo en “Resistencia”, Ángel González en “Fotografía en negativo”, Benedetti en “La invención de los barcos” o Pedro Salinas en el verso miro, cierro los ojos para ver más claro). Incluso, la trabazón interna del libro se afianza cuando en el penúltimo poema del libro, “Ya no escribo poemas de amor”, se remite a un poema anterior de este mismo poemario, “El mundo ha sido afeitado por un barbero furioso”.
En fin, un buen libro de poemas, escrito por un extremeño y editado por la gentileza de un mecenas, Gabriel Seijo, algo que ya creíamos desaparecido. Albricias, todavía hay quien invierte su dinero en un buen libro de poesía.

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